jueves, 24 de febrero de 2011

MI PENSAMIENTO ARQUITECTÓNICO Discurso del Arq. Ignacio Díaz Morales en ceremonia de promoción a Profesor Emérito del ITESO, Enero 1990

Hablar a ustedes de mi pensamiento arquitectónico podría ser quizás farragoso y largo, por tanto diré solamente unas palabras indicando mi pensamiento y mi derrotero. Si hay algo que me ha apasionado, ha sido precisamente esta gran dama, que le llamo a la arquitectura.

Estamos en un momento de enorme confusión, estamos en una verdadera babel. Naturalmente no es culpa de esta nobilísima arte, sino del espíritu y de la vida contemporánea que está tan absolutamente desintegrada, alterada. Este vórtice de confusión, que comenzó ciertamente en el Renacimiento, fue agravándose siglo con siglo hasta acabar en la disolución tremenda del XIX. En el campo de la arquitectura llegó a esa verdadera aberración que es el art noveau. La confusión gravísima originada en ese siglo fue en mucho culpa de estos bien intencionados señores que llamamos los estilógrafos, como Worringer e Hipólito Taine, quienes empezaron a descalificar el sentido del término "estilo" considerándolo como el ciclo de formas y no la manera de ser de una sola entidad. Esta mala apreciación trajo consigo una colección de etiquetas que invadió al siglo XX. A cualquier manifestación de arquitectura se le asignó una etiqueta. Quisiera preguntar a muchos de estos señores, que tanto alarde hacen -en su crítica- de estas etiquetas, que definieran lo que entienden por "moderno" y, sobre todo, por "postmoderno"; creo que se pondrían en situación sumamente grave porque no acertarían a decir realmente lo que entienden por ello.

Estamos por tanto en una verdadera babel. No nos entendemos. Se ha alterado el sentido profundo de lo que es la arquitectura: en lugar de ser alguna cosa que tiene su raigambre en la vida humana, se ha venido haciendo un producto de la élite convencional.
Viendo esta confusión y este desorden, viendo que hay muchísimas manifestaciones que se dicen de arquitectura no siéndolo, una de las posiciones más importantes que se pueden tomar es la de aclarar las esencias. Aclarar realmente la esencia de la arquitectura, para que con la mirada puesta en ésta, sigan todos aquellos que quieran trabajar en ella orientados por una brújula segura, para que puedan reivindicarse los fueros eternos de la gran arquitectura de todos los tiempos. Bien vale la pena estudiar a fondo cuáles son las esencias para volver a hacer arquitectura y, especialmente para nosotros, volver a hacer arquitectura mexicana y, en mi entrañable ciudad, arquitectura tapatía.


Por esta razón me permití presentar mi definición de arquitectura, con intenciones no de dogmatizar sino de decirles lo que creo que es la esencia de la arquitectura, para que se discuta, y si estamos de acuerdo en alguna precisión, tomar ésa como base, para que alrededor de ella y hablando el mismo léxico podamos hacer que este nobilísimo arte siga progresando cada día y llegue a ser el gran orgullo de nuestro rincón.

Con esa perspicacia que tenían los griegos para ir a las esencias, arquitectura es la obra principal: arjitektonike. Recuerdo una entrañable discusión que tuve toda la vida con mi también entrañable amigo, el arquitecto José Villagrán García, sobre la etimología de arquitectura. Él la hacía venir de arje (técnica). Llamaba arquitectura al arte de construir la morada integral del hombre. Después de muchos años, después de que discutimos mucho de mi definición, la modificó: el arte de construir espacios habitables por el hombre. Pero no es la habilidad del arquitecto lo que hace la esencia de la arquitectura, sino es la obra principal, el arjitektonike, que tiene que ser una obra de arte cuya esencia es el espacio.

Hay que entender la diferencia fundamental e importantísima del espacio arquitectónico y del espacio escenográfico. El primero es precisamente delimitado por elementos constructivos, donde las formas constructivas son derivadas de la calidad de los materiales regionales y de sus capacidades. Hacer delimitaciones espaciales -aunque sea con elementos fuertes como el concreto- que no sean formas constructivas, es escenografía; ésta tiene su lugar muy distinguido en el teatro. Los seres humanos, a pesar del ilustrísimo "Gran Teatro del Mundo", no somos actores. Somos individuos que vivimos cada uno nuestras vidas absolutamente inéditas, absolutamente propias, con responsabilidad de nuestros actos. No estamos aquí haciendo una comedia. El espacio arquitectónico es aquel que permite que dentro de él sea posible la vida humana y que sea lo suficiente para estimularla.

El ser humano busca siempre la belleza como una necesidad de su espíritu. Dios puso en el alma de cada uno de nosotros el anhelo de la verdad, del orden y naturalmente, su corolario, la belleza: el esplendor de ambos.

Acepto dos fantásticas e inmortales definiciones de belleza, la primera de Platón y la segunda de San Agustín: esplendor del orden; esplendor de la verdad. Estas dos ansias del ser humano traen consigo la necesidad de la belleza. El hombre no puede estar sin la belleza. Está verdaderamente impresionado por la maravillosa armonía de la creación (no me gusta llamaría naturaleza, le llamo creación: afirmación de que existe un autor). Aristóteles decía: belleza es la imitación de la naturaleza. Mas no la imitación fotográfica, sino aquel ponernos en esa misma categoría de armonía como existe en la creación.

Por tanto, mi precisión sobre la esencia de la arquitectura es: la obra de arte que consiste en el espacio expresivo delimitado por elementos constructivos. Nos falta precisar el fin de ello: la conjunción al acto humano perfecto. El espacio arquitectónico se hizo desde el origen de la arquitectura para que el hombre lo viva. El hombre necesita aislarse del exterior para tener la necesaria y la correspondiente intimidad para cada uno de sus actos. Cuando cercena un poco del espacio ilimitado es para dedicarlo a un propósito que tiene que llenar con toda precisión y con toda perfección.

Para que esto tenga eficacia es necesario que este espacio que hemos considerado delimitado por elementos constructivos tenga la belleza tal, que realmente actúe como un agente compulsivo para que el ser humano haga su acto más perfecto. Puse precisamente la palabra compeler porque solamente la belleza puede obligar a un ser libre a hacer algo sin que viole su libertad, porque la belleza llega a apasionar al ser humano a tal grado que como que pierde la voluntad para realizar aquello que él se propone.

Por esa razón puse como esencia de la arquitectura la de ser una obra de arte, y para ello siempre acudo a la definición magnífica de Clemente Orozco, obra de arte: creación humana de un nuevo orden. Le puse una palabra al final, "esplendente", para que cupiera dentro de las dos definiciones de belleza de Platón y de San Agustín. Considero que de acuerdo con mis reflexiones y presentada para que se discuta y se llegue a algún acuerdo, arquitectura es la obra de arte que consiste en el espacio expresivo delimitado por elementos constructivos para compeler al acto humano perfecto.

Es necesario que hagamos obras bellas, que las hagamos no para figurar en exposiciones, no para alcanzar aplausos, sino como un agente fundamental de nuestro servicio profesional. El arquitecto tiene que hacer felices a los seres humanos por quienes trabaja, tiene obligación de hacerles su vida lo más plena posible, tiene que ayudarles a hacer sus actos humanos en la forma más perfecta.

La misión del arquitecto es de una importancia capital. El arquitecto es un profesionista que jura ante el director de su escuela dedicar todas sus actividades profesionales al servicio de la comunidad, gobernado por una doctrina ortodoxa. Es obligación del arquitecto buscar esa ortodoxia para que pueda servir a sus semejantes, para que realmente les haga más fácil y más amable la vida.

Para hacer que la obra de arquitectura cumpla con su grandísimo y nobilísimo propósito es indispensable una reflexión adicional. Toda obra de arte, toda obra bella es producto de una cultura. Podemos descifrar cuál es la esencia de aquella cultura si sabemos entender bien las obras producidas por ella. Por esto también me di a precisar cuáles son las esencias del concepto de cultura. Me permití hacer dos definiciones de cultura. La primera, que es una definición estructural, por decirlo así: cultura es el sistema de conocimientos y actitudes llevados a formas de vida. La cultura es aquella colección de conocimientos y de actitudes que toma el ser racional frente a aquellos conocimientos que gobiernan después su vida. Esto explica por qué las culturas tienen una necesaria evolución. Existe otro concepto de cultura, que es mi segunda definición: culto a la vida y cultivo de la vida. Un hombre que rinde culto a la vida y que cultiva la vida es un hombre realmente culto, así tenga pocos conocimientos. Podemos medir la calidad de la cultura  por aquel respeto que se tenga a la vida; por aquel cultivo que se haga de la vida. Basada en estos dos conceptos se encuentra la actividad del arquitecto, que tiene la obligación de hacer esta delimitación espacial con elementos constructivos para la compulsión del acto humano perfecto.

La vida humana es lo más rico y lo más preciado que existe en la creación. La vida humana no solamente es una vida aislada, individual: un hombre solo es absolutamente incomprensible. El hombre, precisamente porque está hecho a imagen y semejanza de Dios, mas no por el cuerpo, porque Dios no tiene cuerpo, sino por el espíritu, y especialmente por la capacidad creadora que Dios le dio por el espíritu, es capaz de crear y es capaz de convivir con los demás. La primera manifestación del espíritu es siempre la comunicación. Creo que la actividad más importante del espíritu es la comunicación. Dios nos indica que la esencia misma divina, la Trinidad magnífica es Padre, Hijo, que tienen el diálogo eterno y verdaderamente infinito del amor que genera el Espíritu Santo. Toda proporción guardada, el ser humano también tiene la necesidad incoercible de la comunicación precisamente porque tiene un espíritu. Entonces la vida humana más perfecta es la vida comunitaria; no la vida independiente, la vida aislada. La vida comunitaria más perfecta es la vida de familia: el paradigma de vida humana, la joya más grande de la creación. Para aquella vida de familia, la arquitectura tiene su género más exquisito: la casa. La casa es donde se lleva a efecto la actividad más grandiosa de la creación, la vida humana perfecta. En la familia -y así son todas las familias- se llevan todos los grados del amor: entre la pareja de los cónyuges, de los padres a los hijos, de los hijos a los padres, de los hermanos entre sí y de esta familia con todas las amistades. Si aplicamos a esto las ideas que sobre cultura he manifestado, encontramos que la casa debe ser la palestra en donde se le rinda culto a la vida y se cultive la vida, donde exista el respeto a la vida humana, a cada uno de los seres humanos; que no le haga vivir en una escenografía, sino en un espacio que sea tan tranquilo y tan sereno, que permita desarrollar las actividades más perfectas de la vida humana. La primera condición que debe tener el espacio arquitectónico será la de comunicar la serenidad adecuada para cada oficio con objeto de que el ser humano, estando tranquilo y sereno, pueda dedicar todas sus actividades al propósito fundamental de ese espacio.

Si la casa y por extensión los demás edificios- respeta la vida, rinde culto a la vida y cultiva la vida, tendrá y se generará la arquitectura más refinada.

 La inspiración más grande que pueda tener el arquitecto no está en las rutas de la moda internacional. Muchas de sus obras son realmente unas incuestionables y muy plásticas manifestaciones de una especie de escultura, pero que no es más que una escenografía riquísima, con unos acabados extraordinariamente refinados. ¿Esto es arquitectura? ¿Esto es culto a la vida? ¿No es una cosa grotesca el querer aparentar que el hombre es un actor, un comediante, un individuo al que hay que ponerlo en escenografías (hermosísimas si se quiere, con una plástica increíble, con una capacidad artesanal extraordinaria), en lugar de rendirle culto a un ser humano responsable y digno? ¿Estos elementos delimitantes realmente rinden culto a la vida, o son una exhibición de maravillosas artesanías, pero no encaminada al respeto a la dignidad humana, al respeto a la vida y al cultivo de la vida?

Podemos decir que si la casa está bien, todo irá bien; si la casa está mal, todo irá mal. Las casas que se están haciendo ahora son verdaderamente inhabitables; en lugar de cultivar la vida de familia la destruyen; todos se van fuera porque es imposible que una familia se reúna dentro, que participe en el plan espiritual, en el plan de comunicación. Eso es una responsabilidad directa de los arquitectos que tenemos que tratar de corregir, porque de lo contrario no estamos cumpliendo nuestro juramento de dedicar nuestra actividad para el beneficio y el servicio de la comunidad. Debemos servir a la comunidad cultivando su vida y rindiéndole culto a su vida y entonces seremos unos verdaderos hombres cultos: generaremos esa nueva cultura que nos importa tanto fundamentar para el próximo siglo XXI.

Son tres ecosistemas los que deben estar coordinados: la casa alrededor de la sacrosanta vida de familia; la ciudad, que es la casa grande de la familia de familias, y por último, el ecosistema de la creación, que rodea a la ciudad. Esta armonía de convivencia que nos enseña la creación la debemos de llevar a la arquitectura, necesitamos hacer que nuestras obras realmente parezcan de convivencia humana, de armonía, y no yuxtaposición de egoísmos.

Nuestras ciudades revelan cada día más un vacío total de autoridad. Los ciudadanos que no tienen voz, porque no tienen capacidades económicas, ni poder político, ni poder ideológico, pero que son la mayor parte y los más sufridos, no tienen quien los defienda. Ese vacío de autoridad permite que cualquier egoísmo se pueda realizar, permite que cualquier individuo -porque tiene poder económico y político- pueda hacer un rascacielos donde se le antoja, sin pensar que esto es un ataque a la comunidad. Si el arquitecto no se convierte en defensor de la comunidad frente a su cliente, con todo el respeto que se merezca, seguiremos siendo los cómplices de este ataque. No nos quejemos después de que nuestras ciudades sean inhabitables, de que vengan autoridades y destruyan nuestra ciudad con pares viales a tres cuadras de separados, que tasajeen, por decirlo así, nuestras ciudades. Tenernos la culpa todos nosotros, y especialmente los arquitectos, por no defender nuestra ciudad. Muchos de los arquitectos están contaminados del consumismo que se ha apoderado de los mass media en una forma tremenda, es él quien dice, con la ignorancia más completa, lo que es arquitectura y lo que no lo es.

El único remedio es voltear los ojos a las escuelas de arquitectura. La profesión del arquitecto no es una profesión que se pueda improvisar. Dios, a cada uno, le ha dado una vocación. Si encuentra el hombre cuál es la suya, su vida será un éxito, y si la falla o si la falsea, será un fracaso. Considero que una de las cosas más importantes que puede hacer una escuela es la de seleccionar a quienes ingresan, que tengan realmente aptitud; de lo contrario se les hace un fraude al hacerlos creer que pueden llegar a ser arquitectos. La vocación no es simplemente un antojo: es una colección de habilidades, de inclinaciones y sobre todo, de genio creador. Quienes no lo tengan, la escuela no se los puede dar. El candidato no lo adquiere, lo puede ejercitar y lo puede enriquecer. El arquitecto nace, no se hace. Una de las razones por la que encontramos tantos esclavos del consumismo es porque existen algunos que se creen arquitectos porque tienen un título, pero no tienen la capacidad de serlo. Como no tienen genio creador, tienen que ir al plagio, a la copia y se están frustrando ellos mismos.

Para la formación del arquitecto es indispensable que el aspirante presente los tres exámenes fundamentales: de preparación, de capacidad y de vocación. El arquitecto tiene que ser un genio creador, no se puede producir la belleza indispensable para que presida el espacio arquitectónico con procesos racionales.

Hay que tener un cuidado muy grande de que en el plan de estudios estén las disciplinas fundamentales, aquéllas de reiteración de actos para crear una segunda naturaleza del sujeto, para que una vez creada, pueda hacer las cosas con la habilidad y con la agilidad necesaria para cumplir con su propósito. La profesión del arquitecto es tan digna como cualquier otra, pero tiene además el aliciente de la capacidad de creación. Las obras del arquitecto son como sus hijos: les engendra vida precisamente porque son obras de arte, porque han sido la creación humana de un nuevo orden, a imagen y semejanza de su creador.

El arquitecto debe ser formado en el concepto fundamental de arquitectura; con la preparación para ser realmente un agente de mejoramiento de la comunidad a la cual va a servir; tiene que estar preocupado por dominar todas las disciplinas constructivas para que pueda imaginar lo construible, para que pueda intuir lo construible (como me dijo Pier Luigi Nervi cuando le pedí maestros en ciencias de la construcción para mi escuela); para que intuyéndolo pueda imaginar los espacios donde la delimitación sea por elementos endilgados al propósito único de hacerlos con la belleza necesaria, para que sean un verdadero cántico a la vida, al culto y cultivo de la vida; que haga del espacio arquitectónico una voz de una armonía total; que haga de nuestras casas, de nuestros edificios, de nuestras ciudades un cántico maravilloso de alabanza al Señor por laudanza al sentido de la vida.

Me permito presentar estas ideas para que si acaso consideran prudente quienes juzguen, puedan hacerse foros de discusión donde se acepten o se rechacen. Lo importante es llegar a conclusiones válidas y serias; que todos trabajemos juntos en lo mismo, que lo que haga uno no lo destruya el otro; que no sea una palestra de confrontaciones, sino un equipo verdaderamente congruente para que, entre todos, logremos formar arquitectos y precisar los criterios fundamentales de las esencias. Solamente así podremos pensar que el arquitecto del siglo XXI podrá hacer la arquitectura que merezca su siglo: arquitectura auténtica, no esa colección de edificaciones más o menos pintorescas, más o menos atractivas o rentables, sino la verdadera arquitectura que merece el ser humano para ese siglo que ya está aquí. Estamos viendo estas transformaciones fenomenales de Europa, tenemos la computadora, la cinta magnética y el video. Hay que prepararnos espiritualmente, saber que si no hacemos la cultura del respeto a la familia, de la devoción por la familia, está perdido el siglo XXI. Tenemos que ser los promotores, la juventud sobre todo, de esta renovación total.

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